miércoles, 18 de enero de 2017

"Simplemente Humanos"

   Casita de madera de cuatro habitaciones, con piso de ladrillo, galería que da al fondo donde las batarazas son las más requeridas en un gallinero bien alambrado. En lo que podría ser un jardín, al frente, no se ven malvones, ni jazmines, porque en el verano se luce la albahaca junto a otras hierbas aromáticas y  ya en el otoño asoma el perejil, el cebollín, los tomates junto a unas matas preciosas de cierto zapallo en forma de guitarra conocido como calabaza.
   Los Torres disponen de luz pero hay que conseguir agua a cinco cuadras y, por tal motivo, tener los tanques y tinajas bien provistas es responsabilidad del mayor de tres hermanos que, a los quince años, es excelente alumno en la "Coronel Cornejo", una escuela de renombre en la ciudad.
   El jefe de este hogar es obrero de la construcción a quien nadie podrá ver  impresentable puesto que los trabajadores de este gremio, al final de cada jornada, se bañan y regresan a sus casas impecables y oliendo a una fragancia de la que no tengo ni noticias. La jefa de la casa espera con el mate listo, el guiso en marcha y, como regalo, una risa sanadora que desgrana en Yo Mayor.
   Es gente sufrida pero no desgraciada como tantos que conozco en barrios distinguidos, con mucho personal de seguridad, donde los perros pasean en coches con vidrios polarizados y las  ambulancias van y vienen por la elevada tasa de depresión, drogadicción, suicidios y muertes dudosas. Todo esto me lleva a pensar que las riqueza del alma puede crecer en la pobreza, y aún en la adversidad, mientras que la miseria interior suele multiplicarse en la prosperidad mal llevada cuando comprar y aparentar es TODO y, más allá de las cosas, hay NADA.
  
Si la pobreza es una oportunidad para aprender a superarnos, y ganar batallas, ¡bienvenida sea! Si la riqueza es una condición para hacer de éste un mundo mejor para propios, y ajenos, ¡qué gran bendición! Pero si una u otra son cruces que debemos cargar, sin saber cómo, lamento decir que en estos casos... a la fiesta de la vida no estamos invitados porque, para conseguir una entrada, además de saber competir, protestar, trabajar y hacer dinero, se nos exige saber reír, cantar, tocar un instrumento, festejar una humorada, disfrutar de lo que tenemos a nuestro alcance, sea mucho o casi nada. A los adinerados es muy difícil sacarles una carcajada. Apenas si saben cantar el himno patrio casi sin abrir la boca. No todos los ricos ni todos los pobres se encuadran en esta descripción pero hay que decir esta verdad: no cualquiera puede ser dignamente rico ni honorablemente pobre porque en ambos casos hay que lograr ubicarse para saber qué nos falta, qué nos está sobrando y, en tren de remediarlo, no perder el lujo de seguir siendo humanos.

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