jueves, 21 de abril de 2016

"Nora y Francis"

Las relaciones interpersonales, y sobre todo familiares, no siempre son tan básicas ni casuales como parecen.
  
   Se dice que en todas nuestras vidas estamos con las mismas personas en roles cambiados. Se dice que nadie se queda con el vuelto de nadie a lo largo de su trayectoria cósmica y que los hermanos, a veces, se relacionan como padres e hijos porque en algún recodo del tiempo no jugaron bien esos roles y necesitan aprenderlos, completarlos  o cumplirlos, y seguramente por esta causa Nora fue mucho más que la hermana mayor de Francis.
   Nadie puedo comprenderlo ni consentirlo como ella. Ninguna mujer despertaba en él tanto respeto como Nora hasta el extremo de terminar casándose con la única novia que contó con la aprobación de su hermana.
   La esposa de Francis, ninguna zopenca, hizo lo necesario para alejar a los hermanos  aprovechando que, como gerente de Banco, a su marido le llovían traslados de corto y largo plazo. De aquí para allá anduvo Francis cumpliendo con su destino sin dejar de ser quien era para Nora. El también tenía buena cintura en el ring de las relaciones familiares y no pocas veces disfrutó de gloriosos atardeceres con su hermana del alma donde se daban diálogos como éste:
   -¿Por qué no te casaste Nora?
   -Porque cuando vino no convino y cuando convino no vino.
   La última vez a solas, con Nora, Francis le confió que tenía ganas de viajar.
   -Es lo que necesitas, querido. No olvides que los viajes son la inversión más inteligente.
   Francis recordaba esas palabras, una y otra vez, durante el viaje que lo hacía el más desdichado de la tierra por no saber si alcanzaría a darle un último abrazo a su hermana. Pero ella podía; siempre pudo. Cuando lo vio acercarse, con las últimas luces de su mente y aún percibiendo la desolación de Francis, no pudo con su genio:
   -¡Cuánto te hiciste esperar!
   En el preciso instante que Nora se fue de gira por las estrellas, su perra Mica trajo cuatro cachorros a este mundo.  Inmediatamente Francis pensó adoptar uno de ellos pero al final decidió volver por él una vez que creciera y apuró el regreso a su hogar más muerto que vivo.  Las piernas apenas le respondían, su mente era un caos; el alma un desierto... aquello era verdadero dolor y Nora ya no estaba para explicárselo o al menos consolarlo o, mejor dicho, eso era lo que él creía  porque a metros de su casa lo sorprendió su señora con un velloncito negro y blanco debajo del tapado azabache.
¡Mira qué me regalaron! Es una hembra. ¿No es una preciosura?
Francis no quiso saber la procedencia ni la raza de la mascota que ni siquiera lo miraba. Tampoco quiso saber cuántas horas tenía de vida (¡nada de nada!) pero un involuntario suspiro lo liberó -como por arte de magia- de su desesperación y hasta pudo dar una orden que posiblemente no era suya:"se llama Nora".