viernes, 4 de marzo de 2016

¡Ay, Carnaval!


     Tránsito interrumpido por unas horas. Iluminación extra. Ruido descomunal. Murgas y comparsas. Disfrazados. Mujeres bonitas, o no demasiado, que desfilan provocando tanta envidia como admiración. Multitud buscando diversión en el lugar equivocado. En Argentina, salvo en muy pocas provincias, el carnaval agoniza resistiéndose a dejar de ser esa invitación a la alegría que fue durante siglos. Hasta no hace mucho tiempo, entre nosotros los bailes de carnaval fueron cosa seria. Los clubes competían sin reparos en la contratación de orquestas y bandas bien instalados en el gusto popular. Con serpentina o sin ella, con antifaz o sin él, el carnaval invitaba a la aventura sentimental porque en medio de tanto desenfado el disfraz, o la careta, eran muy buenos aliados de la trampa o, por lo menos, de la picardía.
   Hoy, carnaval es una fecha en rojo del almanaque por mucho que los municipios puedan promocionarlo. Nos molesta que obstruyan la circulación y hasta la voz de los animadores que nos gritan el nombre de los concursantes cuando pasan frente al palco sin conseguir los aplausos casi siempre merecidos. Qué indiferencia para tanta expectativa pero... es así.
   A demasiada velocidad nos estamos olvidando de conversar, de reír, de cantar y divertirnos. Cada vez nos encerramos más en nosotros y no precisamente para encontrar nuestro eje; nos encarcelamos en el silencio para adormecernos y si es con ayuda de alguna droga mejor. Es como si en un contrato imbécil estuviera escrito que hemos renunciado a participar de la fiesta que es la vida porque, sencillamente, no tenemos ganas de seguir participando a menos que se trate de un concurso o programa televisivo de los cuales se pueda esperar buen dinero.
   Hay un dato olvidado: la diversión no es sofisticada; es cuestión de tener afinidad con ella cuando las endorfinas y la frescura nos asisten desde que divertirse es tan natural como sentir pena, rabia, envidia o cualquier otro estado emocional. Otro dato, preocupante por cierto, es que estamos dejando de ser naturales o como verdaderamente somos. En algún momento,  no sé de qué manera, nos han metido en la serie donde lo más destacable es la depresión cuando no la evasión. Ahora sí que somos individuos en serio. Cada cual en su burbuja velando por sus intereses, rumiando sus penas  y gastando bastante dinero para que nos diviertan cuando necesitamos aparentar que lo hacemos. En realidad los famosos "animadores" no nos alegran; sólo nos entretienen acaparando nuestra atención durante pocos minutos para que el pasatiempo sea realidad en nuestra comprensión y, lo peor, hasta los niños han dejado de pasarla bien por falta de espacios para entretenerse con recursos propios. A tal punto a los chicos se los ha dejado sin alas que hace falta  contratar a un payaso, o a un cuatro de copas, para que puedan sentir que están de fiesta y ¿qué decir de los adolescentes? Ellos siempre estuvieron en la "La  Resistencia". Aún hoy antes de ir a...donde sea...es toda una celebración el ritual de elegir vestuario entre la trapisonda de la familia para salir bien disfrazados. Sigue siendo una aventura adolescente encontrar esos aros de la abuela que serán el comentario de la noche o reformar-arruinar ropa de quien sea para no desentonar después de tantas comunicaciones para organizar la salida. Es cierto que la previa también puede estar en el cordón de una vereda con cerveza y cigarrillo en mano pero esto sólo quiere decir, como tan bien lo cantaba Celia Cruz, que "la vida es un carnaval" así que nada para envidiar a los corsos del pasado. Hoy, como ayer, somos todos portadores de un disfraz cumpliendo diferentes roles con nuestras antiguas o modernas máscaras que deben estar muy a tono con cada situación que nos toque resolver y con cada sitio que debamos frecuentar. Lo peligroso es  llegar a frescura cero. Desentonemos un poquito. Siempre es posible ser personales o, para mejor decirlo, personas que cantan, lloran y ríen por la bendita razón de estar vivos en un planeta de ensueño como el nuestro.