viernes, 12 de febrero de 2016

"Música de Alas"


   ¿Cómo se llamará y de dónde vendrá esa alocada mariposa que un buen día nos despierta con música de alas en el corazón por habernos elegido (¡al vuelo!) como continente de su brevísima vida? Cualquiera lo sabe. Esa mariposa es el amor y llega de ninguna parte  por haber nacido con nosotros y vivir, y mil veces morir, a la espera de un rayo de sol que le permita regalarnos su primer aleteo. Criatura tan leve, embrujadora, ella es nuestra mejor creación porque le damos vida con nuestras más antiguas memorias en colaboración con las ilusiones más sofisticadas que seamos capaces de concebir. Como es nuestro, porque es nuestra obra, el amor es tan confiable y perdura tanto como nuestra vida. Si pasa, si se olvida, fue cualquier cosa menos amor así que cuando nos olvidamos de un "amor"... tranquilos que en cualquier momento podrá estar a punto nuestro mejor invento para  sorprendernos ¡locamente enamorados!.
  
A mí, como a cualquier chica, me hicieron creer que una mujer al conseguir el amor de un hombre ya tenía quien la defendiera. El hacer cursos de karate, de  magia o de negocios, no me iba a servir para nada sin un gran señor al lado que fuera algo así como un dios, exclusivamente mío, claro que no  uno con tus defectos de identidad. ¿Defectos?. No los quise descubrir porque debió estar escrito que tenía que volverme a suceder lo que a mis no tan lejanos antepasados frente a ciertos conquistadores a los que te pareces mucho más de lo que imaginas.
   India, al fin, yo creí que volvías del otro lado del mar para cumplir con la promesa de mis sueños y con una que otra profecía y, nada más que por creer, he vivido un sueño incomparable al salir otra vez a recibirte aunque para mí no tuvieras el nombre que te daban otros. Es que me resultaba familiar el que tenías antes de ser legendario y era de esperar, además, que el hombre terminara desplazando al mito si bien -¡pobre de mí!- la leyenda fue más fuerte que yo y te confundí nomás con ese dios que me enseñaron a esperar desde la infancia: restaurador de todas las ilusiones que en mi vida ya no eran más que retazos; gran médico de almas vagabundas entre las cuales la más dolorida era la mía; gigante entre los astros más grandes y, a pesar de todo, apenas perceptible en el centro de mi cabeza muy bien acomodado como un bebé siempre a punto  de nacer. Lo extraordinario fue que no naciste de inmediato por quedarte ahí, a la más prudencial de las distancias, marcándome no sé cuántas lunas en lugar de las nueve habituales como si tres años terrestres no fueran más que tres segundos galopantes de aquellos que no vemos pasar. 
   Como bien sabes, quien espera desespera pero mi vigilia fue fascinante porque siempre fuiste algo de mí y mi espera  también fue la tuya. Estoy enterada de que me llamaste de miles de millones de maneras y que, al no poder escuchar mi respuesta, dicidiste salir por el mundo a buscarme aunque sólo hayas logrado que mi voz se confundiera con muchas otras y que, durante años, mi mirada codiciosa se confundiera con la tuya de tanto ser hermanas. Lo que no sabes es que hemos crecido muy juntos hasta que, al llegar a hombre, mi cabeza empezó a limitarte demasiado y decidiste abandonarla para ingresar a mi vida sin demasiada premura pero con ganas de vivir tu mejor sueño: ser tú en mí, conmigo, para mí y colorín colorado... los planes concretados.