viernes, 5 de febrero de 2016

"Gina"

   En argentina ser considerado "piola" implica no tener un pelo de zonzo así que es frecuente escuchar la expresión "no te hagas el piola"  cuando alguien se quiere pasar de vivo y, aunque parezca un chiste, Piola era el apellido de Gina que a sus noventa y dos años me escuchaba preguntarle muy seguido:
   -¿Quién es la más piola del país del Ceibo?
   -Yo quién más- Me respondía su alma vanidosa.
   -¿Y quién  sería la más alocada?
   -Quién va a ser: una fulana que tengo delante de mis ojos.
    Si algo la caracterizaba era tener a flor de labio la palabra justa en el momento preciso. Eduardo, su buen hijo,  festejaba esta condición y le encantaba tentar a la lengua de su madre para "hacerla engranar".Yo, además, le reconocía muchas otras cualidades pero en secreto porque de los mayores sólo está bien visto decir que casi no les llega agua al tanque, en alusión a una supuesta escasa irrigación sanguínea  causante de real -o imaginaria- falta de lucidez claro que, hablando con franqueza, expresiones como ésta no son más que excusas para ni siquiera llamarlos por teléfono y, cuando no queda más remedio que acercárseles, las visitas duran cinco minutos alegando que "no pueden verlos tan desmejorados" es decir, sin preparar la pasta o sin atender la parrilla los fines de semana.
   Era aquél un domingo de la madre. No faltaba nadie -ni siquiera yo-  alrededor de aquella mesa bien provista donde cada cual esperaba turno para decir su discurso en favor del gobierno o en contra del Vaticano. Así las cosas, Gina y yo nos dejábamos agasajar mientras disfrutábamos de la buena mesa como convidadas de piedra si bien yo me hacía notar, de vez en cuando,  con mis demandas de más bebida para volver a desaparecer inmediatamente.  
 Todos los temas de aquella reunión le interesaban muchísimo a Gina pero, como ni siquier le preguntaban qué quería que le sirvieran Ella, simplemente, lidiaba con los cubiertos como una reina, se cuidaba de no hacer rodar la servilleta y casi en privado brindaba conmigo:
   -"Por nosotras" me decía casi sin decirlo. Yo asentía con la cabeza y aprovechaba para empinar el codo.

   -¿Qué te dijo? Quería saber alguien
   -No le entendí- mentía yo descaradamente.
   Después  de los dulces Gina y yo nos retiramos. Ya en su casa no tuvo ningún apuro por la siesta. Me invitó al living acompañada de muchas inquietudes.
   -¿Cuándo dijeron que bautizan a María Luz? No entendí por qué razón  todavía no sabemos en qué iglesia será la ceremonia estando a tres cuadras la parroquia más próxima.
   -Al final: ¿cuándo se mudará Verónica al nuevo departamento?
   -Escuché mal o  Rosalía ya encontró empleo. Espero que dure esta vez.
   -Cómo quisiera ver el ajuar de mi bisnieta...
  -Todavía no lo trajeron. Había que hacerle unos retoques -otra vez tuve que mentir  para no lastimar- y durante largo rato nuestro tema fue lo rico que había estado el tiramisú y lo bien que se había portado el día con las madres argentinas pero, a todo esto, ¿por qué Gina era invisible en el seno de su familia? por una razón muy simple: al adulto mayor  le damos la baja mucho antes de su ausencia definitiva. Como no tiene celular: no existe. Como no usa internet: está fuera de circulación. Ni siquiera puede escuchar bien de modo que... ¿qué puede entender? Sucede que después de haber dado  pelea, durante casi un siglo, la gente añosa está harta de contiendas y si se calla es por sabia; no por tonta. Los inmbéciles son precisamente quienes desaprovechan tanta vida a disposición para aprender gratis, sin esfuerzo, todo lo que a esas personas les enseñaron las pruebas, los trabajos y los días. Como "conozco la triste pena de las ausencias y del mal pago", como decía en "La Pobrecita" el inolvidable Atahualpa Yupanqui, hoy voy a pedir a todo color:
                                   ¡Un Aplauso Para Gina!