sábado, 1 de agosto de 2015

"Pobres Diablos"

   -¿Cuánto tiempo hace que nada nos provoca una gran carcajada? ¿Desde cuándo no permanecemos frente a una ventana más que el tiempo imprescindible para  cerrarla o abrirla? Lo cierto es que no nos permitimos el tiempo para reír -qué digo- ni siquiera para dirigir la mirada a nuestro alrededor lo cual no quiere decir que no haya horas de sobra para ir de compras o  vagar, por cualquier parte, sin intentar hacer algo que valga  la pena como, por ejemplo, servir.
   Como sabemos, "servicio" significa prestación, atención, solidaridad y no precisamente servidumbre ni algo denigrante. Hay, sin embargo, una frase coloquial, con respecto  a nuestra manera de relacionarnos con los demás, que certifica nuestro desdén por el servicio humanitario: -"no me gusta que me usen". En primer lugar no somos objetos de uso; somos almas vivientes con todo para compartir desde el ocio hasta nuestras actividades, desde la alegría hasta el dolor... y todo y nada puede ser compartido desde que estamos habilitados para ofrecer lo que se nos ocurra. En el caso de poder contar todavía con la capacidad de ver, mil veces podemos descubrir cómo una frase cualquiera, o una sonrisa, pueden modificar no sólo el ánimo de la gente; también su destino modificando una simple actitud. Resulta que hemos perdido noción de nuestra personal importancia cuando, en realidad, somos  súper importantes para la humanidad desde dondequiera que estemos porque nuestros pequeños o grandes quehaceres tienen una trascendencia que no alcanzamos a percibir si nos sentimos estatuas, en lugar de personas, o si nos han hecho creer que somos números o simples figuras en lugar de seres radiantes.
   "Servicio" no es sólo proveer energía a una ciudad; ni es solamente servir un  plato de comida... "Servicio" es estar a disposición de la vida que es el escenario donde actuamos todos juntos obedeciendo a un libreto genial que cada actor hasta puede mal interpretar y, por tal motivo, interpretarlo mal aún  creyendo que lo hace como el mejor. Estoy tratando de insistir en que somos todos servidores a nuestras causas y las ajenas y no quisiera olvidar que la contrapartida del servicio es un enorme bienestar. Las personas que sirven con naturalidad a sus semejantes son siempre un canal de alegría para los demás y una fuente de juventud para sí mismas porque, sencillamente, viven a toda luz.  El servidor es decir, el humanitario, no es un "tonto útil"; es un "maestro de la vida"  porque sirviendo puede servirse de toda la sabiduría que sea capaz de encontrar en los aprendizajes ajenos. Descubriendo en la vida de los otros qué errores conviene evitar, o qué rumbos no es bueno seguir, aprendemos gratuitamente cómo deberíamos ser para no pasar por esas pruebas  que ayudamos a sobrellevar en la vida de quienes necesitan encontrar una guarida en nuestro corazón. 
   Cada día intentan hacernos pensar que valemos poco -casi nada- y que "cada uno es cada uno y cada cual es cada cual" pero, somos muchos los sobrevivientes de una época en la cual cuando se preguntaba:
   -¿Usted es fulano? - el aludido respondía:
   -Servidor.
   Sí. Había más explotación que ahora, había tanta injusticia como hoy y el delito tenía el lugar que siempre le ha dado la condición humana, sin embargo, al final de una carta formal -no familiar- después del saludo final, o antes de la firma, usted podía leer:
   -SSS (Su Seguro Servidor) y no era así por complejo de inferioridad ni por subordinación o valor; era porque todavía nos sentíamos muy importantes personas no para tener mejor ubicación en un hotel de cinco estrellas ni en los aeropuertos internacionales. Quien más, quien menos, era VIP en su ambiente y, desde luego, en la vida.
   Todo en el universo está "al servicio de..." y la mayoría de nosotros, pobres diablos, seguimos regateando nuestras palabras, nuestra comida, nuestro hombro, o nuestro espacio, aunque no es necesario llegar a tanto para ser egoísta porque, la mayoría de las veces, sólo se espera de nosotros un llamado telefónico o nuestra simple compañía y no hace falta ser millonario -poderoso o genial- para servir a un ser que sufre; lo que se necesita es sentirse humano para vivir como tal... ¡sólo éso!.