sábado, 11 de julio de 2015

"Reina Madre"

    La clínica era conocida en la ciudad como "Salsipuedes" pero, el día de su trinta y cinco cumpleaños  Reina se retiró dichosa de la sala de maternidad con su quinto hijo varón en brazos más la decisión importante de no seguir buscando la nena porque, de lo contrario, iba a convertir a su hogar en una regimiento. De hecho su casa era un país aparte por lo desordenado, y bullicioso, de  modo que el arribo de un nuevo integrante  fue más que suficiente motivo para autoproclamarse madre de cinco varones y programarse como tal.
   La fe en los santos había fallado en aquella morocha impactante cuando implorara al cielo por un hermana para sus hijos lo cual no determinaba que Ella se permitiera fallar en esa ardua tarea de ingeniería humana que llevan a cabo las madres por vocación. Hasta el momento de su quinta maternidad había organizado tan bien la crianza de sus hijos que no hacía más que cosechar halagos en los colegios y clubes donde los embarcaba en toda suerte de desafíos de los cuales los muchachos salían casi siempre airosos. Los hijos respondían a las expectativas de la madre si bien en algunos ya asomaba la adolescencia tan temida. El padre siempre ausente, debido a sus obligaciones laborales, no aportaba gran cosa en la formación de aquellos buenos chicos que en cualquier momento podían ser convertidos en seres despreciables casi sin darse por enterados porque la calle, la tecnología y la mismísima escuela esconden peligros invisibles. Toda vez que alguno de sus niños levantaba un trofeo, o portaba la bandera en un desfile, Reina sentía que algo más helado que la nieve corría por sus huesos porque nada le garantizaba que sus muchachos no terminaran en una cárcel  o siendo unos perfectos infelices. Madre como todas, y a la vez como ninguna, se la tenía jurada a la droga y a la prostitución en cualquiera de sus formas así que esas calamidades no eran para sus hijos. Ella estaba dispuesta a protegerlos de las sombras del mundo pudiendo y sin poder pero... ¿cómo?
   Reina no era una mamá en el sentido tradicional de la palabra y esa condición vino muy bien en su ayuda para estar cerca de sus niños el mayor tiempo posible. Comenzó por ir con ellos a la cancha de fútbol para cuidar bolsos y unirse a las novias en el griterío propio de esos partidos desastrozos que jugaban fascinados. Tanto las chiquilinas enamoradas de sus hijos, como sus madres, estaban encantadas con aquella vigía bullanguera que se anotaba en todas y así fue como, queriendo y sin querer, Reina llegó a ser la mejor amiga de sus "pichones": la que aprendía natación con ellos; la que organizaba peñas folclóricas en su casa, o en muchas otras, hasta que no hubo excursión de su tribu en la cual Ella no fuera especialmente invitada porque terminó siendo imprescindible como las gaseosas o el repelente para los mosquitos.
   Exámenes, noviazgos, viajes y proyectos, en todo podía percibirse la pincelada mágica de aquella amiga no siempre bien considerada por quienes muchas veces la olvidaban como madre hasta que, como era de suponer, terminaron por quitarle ese rol. Nadie podrá decir en qué preciso momento Reina dejó de ser una mamá para sus hijos. Tal vez sucedió cuando se les dio por llamarla "Petisa" casi al unísono con los gritos de su esposo pidiéndole el divorcio.
   Amargos días aquéllos. La adolescencia y el secundario de cada uno de sus muchachos había llegado a su fin justo cuando ellos dejaron de verla por muy cerca que la tuvieran al suceder, inesperadamente, que "los cinco corazones"  estaban con el padre a morir.
   Se pueden intentar explicaciones de todo tipo. Se puede culpar a la culpa o al destino y, por qué no, al doloroso aprendizaje que implica el naufragio de un matrimonio pero, aquella mamá le había ganado a las miserias del ser humano precisamente por conocerlas de modo que no fue tan ingenua como para sorprenderse de su soledad aquella distinta mañana de mayo cuando, flamante divorciada, abandonaba Tribunales sin otra compañía que la de un abogado. Si sus hijos brillaron por su ausencia, en el momento que más los necesitó, no fue por culpa de mandinga: fue debido a que la figura del padre resultó mucho más atractiva que la de una compinche por muy macanuda que sea o por muy buena madre que haya querido y conseguido ser.