sábado, 27 de junio de 2015

"El Señor X"

     Todos los días el señor X "recupera la verticalidad" alrededor de las siete de la mañana para poder ducharse sin molestar al resto de su familia que se pone en movimiento cerca de las ocho. Desde luego, también madruga para ganar el diario que le encanta repasar -de atrás hacia adelante- aunque se harta en cuestión de minutos y termina encendiendo la radio para informarse con Nelson Castro como antes lo hacía con Magdalena Ruiz Guiñazú. "Bella mañana..." dice con cancha el periodista estrella del alba y promociona el "buen ánimo y espíritu deportivo". A todo esto, el señor X ya sabe que es hora de preparar unos mates para cierta persona que todavía se encuentra "en los brazos de morfeo", la más dulce que ha conocido y la más solitaria, además, por no haber tenido mejor idea que la de casarse con este señor (justamente con él) jubilado hace algunos años si bien no por eso retirado del mercado laboral porque cómo va a dejar de trabajar si es lo único que aprendió a hacer en su vida. Cómo va renunciar a ser empleado público de su tiempo privado si es incapaz de administrarlo por su cuenta y riesgo.  A un tipo como éste no le interesa viajar; practicar deportes no le gusta; leer menos que menos; escuchar música le parece distracción de mujeres como si el entretenimiento tuviera sexo; los animales le molestan; para colmo, las plantas no pueden contarle cómo evoluciona el índice del mercado de valores.
   En nuestra sociedad donde hay tantos seres fríos, que alguna vez pudieron ser brillantes, este buen señor murió hace bastante tiempo si bien ni Él lo creería porque hasta hoy nadie ha podido constatarlo y nada más que por eso  le siguen llegando impuestos, y servicios, la gente lo saluda como si existiera, yo le hablo como si fuera capaz de entenderme y Él -muy campante- es un cadáver que espera ser enterrado lo más tarde posible.
   Desde luego que el señor X ha nacido bien provisto del único capital que se trae al nacer es decir, trajo muchos días a su disposición sólo que no pudo evitar que se lo fueran expropiando y hoy el ayer tiene casi nada qué decirle porque la mayoría de sus recuerdos no están relacionados con su persona: tienen que ver con el trabajo. Si alguna vez le toca repasarlos lo hace sin la más remota noción de que somos como somos de memoria ya que toda actitud, por muy razonada y voluntaria que sea, es bien hija de una impresión más o menos lejana sin que esto signifique vivir de recuerdos porque ¿qué será tener experiencia si no es estar en sintonía con el pasado aunque, muchas veces, no sea más que permitirnos un trago refrescante para no desfallecer en la adversidad siempre desierta?. Reflotar  la idea de que "recordar es vivir" me lleva hacia las personas añosas  que tanto respeto tienen por su historia. Ellas inician una experiencia interesante volviéndose expertas en transmutar el hoy por el ayer y se desentienden de lo inmediato porque el presente dejó de ser novedoso. Hasta los sabores se vuelven prescindibles y el comer ya dejó  de ser un descubrimiento tan placentero como el de perderse en la lejanía donde la infancia les sale de nuevo al encuentro con detalles bellísimos que parecían olvidados pero no: ahí está la imagen de los padres colocada otra vez en un lugar de privilegio, dentro de la morada interior, como si antes de la partida uno debiera tomar en serio el mandato ancestral de ordenar la biblioteca genética y el archivo de la memoria psíquica. Recordar, codificarlo todo, es la tarea más importante en la vida de quien ha tratado de ser humano en este planeta claro que, para poder realizarla, hay que ser pudiente es decir, hay que disponer de tiempo propio al que no es fácil poder acceder.
   Lo que con tanta ligereza llamamos "tiempo libre" es un regalo del cielo recibido, por lo general, como a una herencia maldita causante de tragedias numerosas y asusta muchísimo al desprovisto de solvencia interior por ser el tiempo una dimensión en la cual lo material no cabe. Ni dinero, ni amigos, ni sexo, ni tecnología... apenas si nuestra presencia puede abordarla de modo que el ocio no es para carenciados cósmicos que necesiten cumplir horarios para sentirse instalados en alguna parte. Los ataques sistemáticos a la individualidad les ha robado cierta idea de importancia que pudieron haber tenido acerca de sí mismos y, finalmente tan cosificados, hasta son capaces de creer en la necesidad de "cargar las pilas" y no se ofenden cuando alguien les recuerda que son "productos" de su medio o de su época. Lo de sentirse "fuera de serie" también alude al convencimiento absoluto de ser un  objeto o "algo así" y, más rápido que volando, la gente olvida sentirse vibrante y cuando le sucede este imprevisto se la encuentra desprevenida. ¿Seré yo este pájaro tanto tiempo ausente... para mí un vulgar desconocido? ¿O esta alondra libertaria que había sabido beberse sin mi permiso nada menos que mis días?.
   El señor X es indigente cósmico y como tal decide ser un  hombre de números que no descansa en la tarea de contabilizarlo todo incluyendo las horas de su vida. Tan interesado en hacer cuentas, las suma o las resta, pero ni en sueños se le ocurriría nutrirse con ellas y, sobre todo, disfrutarlas. Quién sabe en qué momento de su alocado desvivir ha olvidado que como el tiempo no es obra suya no puede gastarlo; sólo disfrutarlo -aún trabajando- pero no hay caso; sin saber que el tiempo es el territorio de su ser,  este buen señor tan conocido hace todo lo que está a su alcance para consumir su vida sin ocuparse precisamente de vivirla.